Despertó
en una habitación un tanto cómoda, limpia y amplia de un hotel al cual nunca
había siquiera escuchado, no recordaba cómo había llegado allí ni mucho menos
la razón por la que estaba en esa habitación solo. Miró hacia su izquierda y en
la mesa de noche había un sobre, de un color perlado, con detalles en sutiles
dorados con unas iniciales impresas que tampoco explicaban mucho, lo abrió y
sólo había una nota dentro del sobre que decía: “Vístete y baja al salón
principal a las 8:00 pm.”
Sin
dudar se levantó y se bañó, cuando disponía a vestirse lo sorprende un smoking
negro, camisa champagne y corbata de color oscuro. Extrañado por esta ropa
asumió que se trataba de una celebración formal, importante.
La
puntualidad siempre fue su fuerte, además, poco más podría tardarse cuando
solamente tienes una tarea que hacer: vestir y esperar la hora indicada. Bajó
las escaleras y llegó a lo que parecía una celebración de algo, no alcanzaba a
reconocer a ninguno de los presentes pero caminó con seguridad hacia el salón
principal, el cual era descubierto, al aire libre, flores, globos, música y
luces adornaban aquel lugar, saludaba con sonrisas a quienes lo veían como
reconociéndolo o como preguntándose quién era él.
Estaba
parado en el umbral cuando divisó a una chica de espaldas acompañada de otra, una
de ellas vestía un traje blanco que le cubría medio hombro y dejaba al
descubierto el otro, un escote en la espalda que dejaba ver los lunares que
sólo él como conocedor de ese dorso podría distinguir, sus cabellos con tonos
dorados caían en un solo rulo hasta media espalda, los nervios por primera vez
lo invadieron, dudaba de su identidad hasta que se acercó lentamente, atónito
de creer que era ella y su amiga, una
chica de cabello negro como el vestido que llevaba, una chica a quien él no
conocía pero ella al percatarse de su presencia lo reconoció inmediatamente,
sonrió y en el mismo gesto la chica de blanco volteó. El maquillaje estaba de
más pero resaltaba el color de sus ojos, el brillo en ellos como si fuera a
llorar pero expresaban paz, alegría. Sonrió y dijo: “¡Vaya puntualidad!”
Su
sonrisa lo dijo todo al momento de terminar de confirmar que era ella, era ésa
sonrisa hermosa que tantas veces él le sacó, esa sonrisa que de lejos, cuando
no podían hablarse por circunstancias ajenas a cada uno le decía mil cosas y lo
hacía feliz, esa sonrisa que lo enamoró le volvía a manifestar esa alegría de
estar con ella. Sintió que no había pasado ni un solo día desde aquella triste
noche, desde aquella tarde gris cuando todo había terminado, sentía que todo
había sido un mal sueño y que ese día había despertado en aquel hotel luego de
haberlo tenido y que las cosas estaban perfectamente bien. Ahí estaba ella
frente a él una vez más, sonriendo, feliz como siempre y su corazón volvió a
latir como la primera vez que cuando la besó, como el primer momento en que se
abrazaron. Sí, luego de la sonrisa vino el abrazo, fuerte pero no tan largo,
ella le pidió que la acompañara a la mesa no sin antes apoderarse de su brazo.
Una vez
en la mesa, mientras compartían un trago y ella preguntaba cómo había dormido
él pensaba en que cada año que pasó hasta ese día, desde la última vez que la
había visto, se había resumido a segundos. Que cada noche amarga, triste,
solitaria y de tantas lágrimas habían sido simplemente un sueño amargo del cual
había despertado hasta esa noche, frente a ella en esa mesa. Mientras se reían
de una pareja que bailaba de una forma un tanto chistosa él interpretó aquello
como un mensaje que le estaba dando la vida a ambos, a él en particular, sentía
que la vida le decía: “Ven, aprovecha tu momento, ven, te estoy dando tu
momento para ser feliz.”
Ella,
dueña del momento y de toda iniciativa lo miró a los ojos y lo invitó a bailar,
por primera vez en tantos años, por primera vez desde nunca bailaron su primera
canción, bailaron una y otra pieza, sin importar los demás, el mundo se encogió
y solo fueron esas cuatro baldosas en las cuales ellos al compás de la música
eran uno. Luego de una mirada cómplice, explícita, sabían que esa noche era su
noche. No podrían olvidar todo lo que vivieron en un pasado, lo que se dijeron,
lo que se dieron el uno al otro, esa noche estaban ratificando ese primer amor
que construyeron durante mucho tiempo, esa noche fueron ellos. Intentó besar
sus labios pero no quiso ser un imprudente, de pronto para él habrían pasado
segundos o los años para él no habrían contado pero quizás para ella sí, no
quería dañar el momento. Sin embargo, finalizando apenas su último baile, justo
cuando soltaba sus suaves manos, se miraron a los ojos con ojos tímidos y
sonrisa nerviosa, paso a paso se dirigían de regreso a aquella mesa, en aquella
pista de baile, ante la mirada de tantos desconocidos, bajo la luz de la luna y
el brillo de tantas estrellas, estaban manifestando algo que era un secreto a
voces.
En su
bolsillo tenía un presente que supuso debía sacar en el momento preciso, una
vez sentados se disponían a tomar otro trago y ella mirándolo a los ojos, él
con su mano en el bolsillo alcanza a escuchar entre dientes: “Te Amo”. Lo dijo
tantas veces como pudo, sin gritarlo y sin que nadie más lo escuchara salvo él.
Pudo haber muerto feliz en ese momento, pudo haberse detenido el mundo con
ellos ahí y no dejaría de ser feliz. Era una frase corta, fuerte, profunda,
poco común pero que llegaba directo a su alma, no era ella quien hablaba, no
era él quien hablaba, eran dos corazones que se decían: te comparto, te vivo,
no te he olvidado. En ese momento, ella se levantó de la mesa y con una lágrima
negándose a descender desde la unión de su párpado inferior y el rímel de sus
pestañas y le dijo: “Ahora, me tengo que ir. Gracias por venir a mi boda, gracias
por hacerme saber que somos los mismos. Gracias por haber estado. Mantén tu
mano dentro de tu bolsillo y mantén el recuerdo de esta noche como el mejor de
los que pudimos haber vivido. Me voy a otro lugar a vivir con otra persona lo
que toda la vida desearé haber vivido contigo.”
En ese
momento despertó, llorando, no en la habitación donde estaba, sino en la misma
donde solía dormir siempre, miró a los lados, al clóset buscando la ropa, la
tarjeta, el regalo, algún recuerdo pero se dio cuenta que todo había sido un
sueño, estaba llorando y no lo había notado. Se dio cuenta que soñó lo que
siempre quiso vivir, se sintió feliz con la vida por haberle hecho llegar ese
mensaje. De ella no sabría nada, decidió reservar su realidad en un sueño de
medianoche.