20 jun 2014

Me he sentado a escribir




Son sus misterios los que me atrapan


Sentarme a escribir frases que describan sus misterios parece un juego sin final, un laberinto que conduce a callejones sin salidas. Sentarme a escribir es algo que siento que debo hacer, que puedo hacer.

Yo podría describir su sonrisa pero no la he visto, las causo y las siento, tanto como las mías propias, pero no las veo. Podría también hablar de lo hermoso que es que me mire, con sus ojos brillantes, además aprovecharía para elogiar su cabello, hablar maravillas de la suavidad de sus manos y su olor que seguramente sería imposible de olvidar… Pero no puedo… Porque no los conozco.

Quisiera hablar de mis sueños, de los abrazos que da en ellos, me gustaría hablar de sus alegrías y tristezas, de sus motivaciones y deseos, pero la idea se me esfuma como despertar en pleno ensueño.

Entonces me siento a escribir frases que no sé si parezcan sutiles, dulces o amargas, me siento a escribir sobre cómo la imagino frente a mí, me siento a escribir para no pensarla, para no soñarla pero al final del día ahí vuelve a aparecer, me siento para acompañar mis propios pensamientos, mis propios sueños, mi propia imaginación…

Me siento a escribir sobre cuánto quisiera develar sus misterios pero incluso esos misterios que van de lo atrevido a lo tierno, cual montaña rusa de emociones, de sensaciones… Recuerdo entonces que además sus misterios tienen gusto, sus misterios me atraen.

Me he sentado a escribir y quizás parezca tonto… Me he sentado a escribir y de repente puede ser ‘un relato más’ pero no hay relatos de mi puño y letra que sean hechos por gusto, por complacencia o por hacerlo nomás, me siento a escribir porque lo siento, porque en algún momento de la vida será valorado a pesar que desde el momento en que escribo yo mismo lo estoy valorando.

Me siento a escribirle a alguien que no conozco, a alguien que no he visto pero es alguien con quien sueño, alguien que me conoce de cierto modo, es alguien a quien imagino, pienso y me atrae a su propio epicentro: sus misterios. 

Me siento a escribirle y espero que sonría, pasee sus manos suaves por su frondoso cabello y suspire, dejando al viento su olor y que sea él mismo quien lo traiga a mí y me permita soñarla otra noche para volver a sentir sus abrazos y esta vez con suerte probar sus besos. 

Esta noche… me siento a escribirle a ella.