Sufro de soledades, padezco de recuerdos, entre
los cuales siempre vienen a mi mente un par de luces de hermoso color, se
vislumbran cada vez más cerca hasta el punto de reconocerlos, son tus ojos
mujer, es tu aroma sutil quienes en conjunto hacen sinfonía con tus manos
entrelazándose con las mías, tocarte es lo que deseo pero me encanta caer más y
más bajo rozando el fondo de la resistencia.
Esos recuerdos también me hacen evocar a una
luna perfectamente descubierta, brillante, expectante del encuentro, que por
forzado o inesperado que pareciese no dejaba espacios para los nervios, la ansiedad
y gracias a ti, el deseo.
Esto debería llamarse “carta abierta a tus
ojos” pero dejaría de lado tus labios, suaves al besar, sensibles al morder y
deliciosos al acariciar, no puedo dejar en segundo plano a tu sonrisa, principal
cómplice de los nervios, al olor que emana tu cabello y sin duda a tu forma de
intimar… No puedo ser egoísta con cada célula de tu cuerpo así que simplemente me
dejé llevar.
Voy a usar tu cuerpo como lienzo para estampar
mis besos en él, que mis manos tracen pinceladas las cuales sólo nosotros tomaremos por obras
de arte; te doy la luna brillante, llena, como tus ojos encantadores y
culpables de cualquier perdición, al verlos, al pensarte, al evocarte,
encadenadas todas al recuerdo de tenerte, de cómo me veían al tiempo que tus
manos acariciaban mi rostro y tus labios, finos y suaves exhalaban placer… Dame
un lado al borde de tu cama para trazar laberintos desde tus pies hasta tus curvas,
las de tus caderas, las de tu sonrisa, quisiera poder recorrer tus caminos para
perderme nuevamente en ellos, mientras que mis besos queden sepultados en tu
vientre y mis ojos busquen los tuyos mientras lo hago, coincidiendo una vez
más, en esa sonrisa cómplice, en el brillo de nuestros ojos como el brillo de
esa luna a plena noche fría.