5 sept 2016

Un hombre envidioso




Esto lo escribo para ti, sin ganas de enamorarte ni mucho menos para dar alas a algo incierto, esto lo escribo simplemente para expresar lo que desde hace varias noches me ha inspirado cada vez que me vienes a la mente, cada vez que intento imaginarte frente a mí para decirte cada una de las palabras que hagan juego con el sonrojo de tus mejillas y de esta manera hacer palpitar a tu corazón de una forma un tanto más acelerada, conjugando frases que revoloteen las mariposas que duermen en tu vientre.

Hoy, como todas esas noches quiero hacer una confesión de algo que quizás no parezca muy bueno a simple vista pero en lo que a mí respecta produce un cierto “sentimiento” placentero. Todo esto sucede por este lado del mapa mientras tú a la poca o mucha distancia, existente o no, ignoras lo que me pasa estas noches.

Envía una señal a través de tus suspiros, conviérteme en el principal oyente de tus palabras al aire, perfúmate y acompaña a la brisa que por muy fría que parezca abriga mis noches, ideal sería tu olor junto con ella, resguárdame en tus sueños y si quieres no despiertes para que juntos podamos vivir todas las odiseas o aventuras que se nos permita fantasear.

Piensa que soy yo quien tiene su mente llena de ti, de tus detalles, de tu nombre. Que tus gestos adornen tu belleza y sea común embobarse viéndote hacer tus rutinas, incluso las que más odies hacer. Sé testigo de este carnaval de palabras, que por fuertes, directas, intensas o prematuras que parezcan son para ti.

Quiero que seas consciente de que esta noche soy un hombre envidioso, ahí radica mi confesión, soy un hombre que envidia el aire que te acaricia, de las estrellas que se asoman en tu ventana cada noche, de las sábanas que son capaces de abrigarte cuando hay frío, envidio cada detalle que amerite tu compañía y no me incluya, envidio todo lo que te rodea, porque desde aquí a la distancia, cualquier gesto, caricia, pensamiento, sueño o deseo es un motivo para anhelar tu presencia aquí o mi presencia donde estés.


Un hombre que envidia y anhela, pueden marcar un par de metros de distancia, son sentimientos distintos de los cuales estoy seguro podría olvidarme de ellos con solo fundirme contigo en un beso o en un abrazo y al final, no quedar arrepentido porque entonces mis labios, mi regazo y mi corazón dejarían de sentir envidia de aquellos que ya antes han podido besarte o abrazarte, o peor aún, de quien vendrá; mientras yo aquí hoy por hoy sigo enviando suspiros esperanzado de que lleguen a tus sueños.