Sin importar la fecha, situación o tiempo nos sumergimos en una marea de
pasión y afecto sincero. De ese que cuando menos lo notas ya estás tocando con
los pies la arena bajo el mar.
Sin saber a dónde nos iba a llevar un simple saludo llegamos a pasar más
allá de imaginarnos cuando sólo éramos unos niños jugando al amor con las
personas equivocadas. Pero la vida es aquello que se empeña en convertir en
casualidades los hechos que nuestros sueños revelan.
Y ésta vez no fue la luna la testigo, no fueron las estrellas las
confidentes de un pensamiento nocturno sino la almohada, que en las noches
escuchaba cada pensamiento y atestiguaba cada sueño a su lado mientras que en
el día ahogaba los gemidos de placer cuando nos entregábamos el uno al otro y
la ansiedad de cada uno cuando estábamos ausentes. Ahora el sol y sus rayos
devolvieron la confianza al querer y a hacerlo ver frente a los demás.
Como cuando amanece y el sol da la bienvenida a un nuevo día, así eran mis
besos en tu piel, mis caricias en tu espalda, tratando de tallar cada una, de
manera que quedara tatuada en tus recuerdos, esos que cuando cerrabas los ojos
mientras dormías te hacían revivir la sensación y aumentar el deseo. Un amor
platónico que de a poquito nos fue perteneciendo.
Aquellos amores que de niños nos imaginamos y que de grandes vivimos, dejando
a un lado los cuentos de hadas, devorándonos ante la inocencia ajena y la
ignorancia de que detrás de cualquier excusa era válida para una salida, no por
escape, sino por vivir el sueño que como platónicos soñamos hace
tiempo.
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